A pesar de todo, Wascarrechu se vio obligado (por última vez se dijo así mismo) a utilizar el mechero y las piedras encendedoras una vez más, ya que las palomas no conocían el hogar de su amigo Pincherectus y por lo tanto no eran capaces aún de llevar el mensaje. Cogió un par de troncos secos, colocó el mechero y comenzó a frotar una y otra vez las piedras, pero su impaciencia y ansiedad le impidieron continuar con el mensaje de humo, “esto es de la edad de piedra, yo soy parte de la modernidad” pensó y pateó a un lado los troncos secos. Sus manos estaban completamente negras por las piedras y el mechero, por lo que se escupió y froto ambas manos con el waype que llevaba puesto para cubrir su torso superior, se colocó el abrigo de alpaca, metió con cuidado los tabloncitos de madera en un bolsillo del abrigo y con la otra mano cargó rápidamente la jaula con las palomas, que dicho sea de paso estaban algo alborotadas, para finalmente salir a buscar al pezuñento de su amigo. Fuera la calle estaba desierta y Wascarrechu no quería llamar la atención con su nuevo pDO 2.0a, por lo que inteligentemente metió la jaula dentro del abrigo. Aunque la ubicación de la jaula le restaba algo de movilidad y ciertamente le daba un aspecto bastante cómico al caminar, se sentía de esta forma más seguro y emprendió así la búsqueda de un jinete de transporte en burro que lo pudiera llevar a su destino. Se cruzó con un par de jóvenes un tanto mal aspectosos, de nariz puntiaguda y ojos desafiantes, indudablemente pretendían robarle su nuevo pDO. Sin embargo no contaban con la astucia de Wascarrechu que sagazmente logró cruzar la calle alejándose rápidamente de sus enemigos que lo miraron un tanto extrañado por su raro caminar y el prominente objeto que llevaba dentro de su abrigo el cual rebotaba a cada paso del joven. “Misios desgraciados“ se dijo, y luego dudó si realmente eran ladrones o acaso su cómico aspecto había llamado la atención, poco le importaba y agradeció al Dios Sol cuando pasó un jinete de transporte en burro. El jinete, algo subido de peso y con la frente sudorosa y el pelo tieso, pretendía cobrar una cantidad muy superior a lo que Wascarrechu consideraba un precio junto. Además no tenía mucho dinero, casi todo lo había gastado en su nuevo aparato tecnológico, lo que le hizo notar la incomodidad que le causaba la jaula de la cual al parecer chorreaba cierto liquido caliente. Dejó de prestar atención en estos pormenores y continuó negociando con el obstinado jinete gordo, que finalmente y luego de varios minutos de tensión, accedió a llevarlo donde Pincherectus por dos semillas menos de las que había propuesto inicialmente, un éxtio. La noche era un triunfo tras otro para Wascarrechus, aunque el transporte era un tanto incómodo y el burro era bastante lento, las semillas ahorrados podían ser luego empleadas en licor de cactus, su trago favorito.
Cuando llegó quiso saltar inmediatamente la cerca de madera de la casa de su amigo, algo que hacía normalmente con facilidad, pero la jaula le era terriblemente molesta, no había forma de conseguir pasar. Por lo que estuvo nuevamente obligado a usar el cochino mechero para llamar a su amigo, definitivamente estaba seguro que ésta era la última vez que lo usaría. Como no encontró buena madera, reunió un montón de hojas las cuales acomodó con gran habilidad y destreza bajo el mechero permitiéndose un pequeño espacio para prenderlo con las piedras encendedoras. “Soy un genio” pensó y las ruidosas palomas revoloteaban en su jaula, al mirarlas exclamó para si mismo “que útiles hubieran resultado ser en este momento” y se sacó el abrigo para hacer las antiguas señales de humo que tan molestas le resultaban. La temperatura era baja y no perdió tiempo en hacer su mensaje agitando su abrigo con sumo cuidado: “Ábreme manito, me pelo de frió”. El viento hizo estragos en su mensaje, la “f” voló un poco hacia el norte y se llegaba a leer “Ay hermanito, de tu pelo me río”. “Bueno ya está, algo se lee y pronto Pincherectus vendrá”, pensó y volvió a colocarse el abrigo notando que estaba algo húmedo y oloroso, “fueron las palomas, se han cagado, malditos bichos endemoniados” gritó con amargura y juró no volver a llevar la jaula dentro del abrigo jamás. Pasaron varios minutos hasta que Pincherectus salió algo extrañado de su casa buscando lo que se estaba quemando en su cerco. Llevaba un traje de vicuña blanco de lo último en la moda del Tawantinsuyo y su acostumbrada peluca. Se sorprendió al encontrarse con Wascarrechu y luego de abrir la puerta del cerco, apagaron juntos la fogata y caminaron hacia la casa.
-PINCHERECTUS
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